miércoles, 10 de diciembre de 2008
Medidas en contra del Calentamiento Global
¿Cómo contribuir en la disminución del calentamiento global?
El especialista Eufrasio Guzmán Mesa señala que “es indispensable que la educación y la cultura le permitan a los ciudadanos del mundo ampliar su conciencia, identificar las causas y emprender las adaptaciones que hagan viable su participación en procesos políticos, económicos y sociales para aminorar las consecuencias del cambio climático, y planear nuevos estilos de desarrollo”.
Así mismo, Germán Poveda Jaramillo considera que “es necesario cambiar los estilos de vida y las regulaciones. Los hábitos de millones de personas, en relación con el desperdicio de la energía y del agua, tienen un impacto fundamental en el cambio climático. También las políticas y regulaciones gubernamentales. La solución al problema pasa por la educación ambiental y por la presión social sobre los gobiernos para cortar las emisiones y cambiar los modelos de desarrollo sostenible”
En esa medida, continua Poveda, se debe “crear un modelo de desarrollo económico que sea compatible con el medio ambiente, con la naturaleza y con los procesos naturales, que no subsidie su propia destrucción a través del agotamiento de los recursos naturales”.
* La foto de Eufrasio Mesa fue tomada de http://www.lahoja.com.co/Contenido/Opinion/opinion_eufrasio.jpg
** La foto de Germán Poveda Jaramillo fue tomada de http://www.universia.net.co/images/stories/articulos_especiales/galeria_articulos/poveda_german_3.jpg
Calentamiento Global: una amenaza que todos debemos afrontar
Los expertos señalan que el origen del cambio climático está estrechamente vinculado a la acción humana. Indican, además, que “la industrialización de los dos últimos siglos; el incremento sin control en el uso de combustibles fósiles, la tala y quema de enormes cantidades de bosques; el modelo de la actividad agrícola y el carácter de la actividad productiva; el modelo de sociedad de consumo con la generación de toda clase de residuos sólidos, líquidos y gaseosos que se han incorporado a la atmósfera, a las cuencas hidrográficas, los mares y a grandes áreas de ‘depósito sanitarios’ en tierra, son las causas más visibles de esta transformación radical”[2].
Nuestra situación
A pesar de que los expertos consideran que Colombia tan sólo contribuye con una pequeña parte de las emisiones mundiales y que las selvas húmedas del país han retenido o fijado en la tierra un gran volumen de dióxido de carbono, ya se han empezado a sentir los efectos.
Carlos Posada Acosta, señala entre ellos: las variaciones en la precipitación que en unas zonas se ha incrementado y en otras disminuido en un rango que oscila entre el -4 y el +6 % por década, el deshielo y extinción de los nevados, el aumento del nivel del mar y la proliferación de enfermedades, como el dengue y la malaria, en ambientes donde no existían.
Según el director del IDEAM, a raíz del cambio climático, nuestro país perdió durante el siglo XX ocho glaciares, que científicamente han sido considerados excelentes indicadores de este fenómeno por su rápida y fiel respuesta a las alteraciones de la atmósfera. Estos fueron Puracé (1940), Sotará (1948), Galeras (1948), Chiles (1950), Pan de Azúcar (1960), Quindío (1960), Cisne (1960) y Cumbal (1985). Además, los seis nevados actuales (Ruiz, Santa Isabel, Tolima, Huila, Sierra Nevada, El Cocuy y Sierra Nevada de Santa Marta) presentan un retroceso constante muy marcado en las últimas décadas. De hecho Colombia ha perdido, en los últimos 50 años, el 50% de su área glaciar.
Estas pérdidas se unen, según Eufrasio Guzmán Mesa, miembro del comité académico de Expouniversidad 2007: Cambio Climático. Ciencia y Conciencia, la creciente amenaza sobre los páramos y la vegetación de alta montaña, la destrucción de bosques de zonas medias y bajas para el incremento de la actividad agrícola y pecuaria y los cultivos con finalidad ilícita de narcotráfico, a los cuales se suman las acciones bélicas de minas antipersona, los bombardeos sistemáticos y el uso masivo de herbicidas.
Pero, aún hay más. Existen otros factores diferentes a la contaminación que pueden incrementar la vulnerabilidad del hombre frente al cambio climático. Germán Poveda Jaramillo, investigador de la Escuela de Geociencia y Medio Ambiente de la Universidad Nacional de Colombia con sede Medellín, explica que estos factores son: el rápido crecimiento de la población y de la urbanización, el deterioro ambiental y la poca capacidad de adaptación local. Esta última, dice, está directamente ligada con el desarrollo social y económico, pero no está distribuida de manera equitativa en los países y en las sociedades.
[1] Costa Posada, Carlos, Colombia es vulnerable al cambio climático. En: Revista Expouniversidad 2007, p. 26.
[2] Guzmán Mesa, Eufrasio, Guión Temático. En: Revista Expouniversidad 2007, p. 9.
Sabaneta, en vía de ser el nuevo Poblado del Sur del Valle de Aburrá
Esta gran intervención inmobiliaria traerá al municipio más pequeño de Antioquia, con apenas 44.000 habitantes, un estimado de 16.000 más. Parece ser que el Grupo Monarca S.A., responsable de estas construcciones, busca convertir al Clavel Verde, como es llamado Sabaneta, en el nuevo Poblado del Sur del Valle de Aburrá. Tal vez el visitante o el habitante de esta población no encuentre problemas en semejante intervención, puesto que ha traído al municipio nuevas comodidades como contar con un Éxito y un centro comercial, además de aumentar las cifras de empleo. Sin embargo, se deberían preocupar por las consecuencias medioambientales que esto conlleva y que, por ejemplo, ahora son palpables con los acontecimientos que enlutaron el barrio El Poblado en Medellín cuando un alud de tierra cubrió varias viviendas de la urbanización Alto Verde.
Esto es un indicador de que las laderas deben ser pobladas con mucha planificación, sin dejar que los intereses particulares pasen por encima de la capacidad de un terreno para ser habitado. Eso fue lo que se demostró en Alto Verde.
A pesar de que el Grupo Monarca construye estos nuevos proyectos habitacionales a través de un Plan Parcial, llamado Caminos de la Romera, no se puede desconocer que la demanda inmobiliaria en el Sur sigue aumentando, y estos diez edificios que se planean construir pueden ser más.
martes, 9 de diciembre de 2008
Un Trabajo de Grado destacable
“Relación Hombre – Agua en Santa Cruz del Islote” es el nombre del documental presentado como trabajo de grado en 2007 por Jorge Arango y Juan David Martínez, estudiantes de periodismo de
miércoles, 8 de octubre de 2008
En la U…Amistades anónimas
Se ven tan apropiados de este espacio, que muchas veces se hace invisible su presencia. Sin embargo, otros, convierten a estos animales en seres tan importantes en sus vidas que surge entre ellos una relación recíproca de dar y recibir.
Esos otros, que prefieren estar en el anonimato, se encargan de darles alimento, baño y su afecto. Una caricia diaria hace que el animal, día a día, sagradamente, regrese por más. Ellos los aceptan y les dan el calor de hogar en la Universidad.
Negra un día, hace ya varios años, recibió de una mano amiga un poco de leche y los restos de un almuerzo. Sus ojos negros se iluminaron cuando al día siguiente ocurrió lo mismo, y después, las sobras se convirtieron en alimento para perros. Ante este gesto de generosidad, Negra, sin falta, se echa en la puerta de la oficina de su bienhechor, para esperar su salida por una caricia.
De esta forma, más que un dueño, Negra consiguió una amiga en cuyos ojos se refleja la nobleza y la ternura, muy parecidos, casualmente, a los de este animalito dócil y agradecido.
Varias historias semejantes deben existir en la Universidad. La de Limón, por ejemplo, se desarrolla en la portería del Metro. De color marrón y siempre dormido, dan la impresión de ser un perro tranquilo, y así es, hasta que la presencia de un perro ajeno a la U, le roba el sueño.
Como líder de un escuadrón de perros, evita a toda costa que este extraño encuentre refugio en su territorio. Y debe ser por eso mismo, que a los pies de los vigilantes encuentra un lugar amigable para dormitar y a la vez montar guardia para impedir el acceso a intrusos.
Llevada por el corazón y la empatía, otra persona le dio acogida a los gatos, que llegan solos o son botados en los predios de la U. Sólo en el 2008, se han registrado 35 casos de abandono. El gusto por ellos la llevó a cuidarlos y protegerlos; algunas veces, hasta adoptarlos. Y con mucho esfuerzo, a través de la Corporación Corproas, creada por miembros de la Universidad, se intenta sostener bien a los que han llegado.
Estas personas llevan a cabo su labor, prácticamente imperceptible para los que habitan la Universidad, excepto para los animales, por la satisfacción de brindar una ayuda a los animales sin hogar. Sus nombres, sin revelar, y sus pocas palabras dan ejemplo de su obrar desinteresado, que va más allá de la búsqueda de reconocimiento.
Una ruta pestilente
Termina mi jornada de estudio en la Universidad de Antioquia. Son las 6 de la tarde y camino a casa, desde el bloque 12 hasta la puerta de mi hogar empiezo a percibir los aromas de un día que se extingue.
El regreso inicia en el pasillo del bloque 12, justo en la intersección donde están las mesas de estudio, el teléfono y los baños. Allí, puedo oler el humo del cigarrillo encendido que moleta la garganta y los ojos del no fumador, el suave aroma del café negro que lo acompaña y el desagradable amoniaco directo de los baños que asquea.
Tras pasar el bloque 11 con dirección a la portería del metro, una bocanada de aire puedo respirar por la colaboración de los árboles ubicados en este sector que, además, me servirá para recorrer el trayecto por la polvorienta plazuela central. En esta aún se puede oler el cemento fresco de las placas cuadradas que la empiezan a cubrir y la fusión entre el agua y la arena me recuerdan ese denso olor que se siente cuando la lluvia cae.
Después de atravesarla, tal vez mi nariz se tapó por las partículas de polvo que he recogido durante el día y este último trayecto, porque el bloque 16 no me huele a nada.
Sin embargo, llego a la zona de comidas ubicada entre los bloques 20 y 21, y mi nariz reacciona ante un espectáculo de olores que trae a mi memoria aquella ponchera vieja que usé en la escuela, en la que cada alimento que consumí dejó impregnado su sello. Por este lugar huele a papitas fritas, jugo de guayaba, banano, naranja y todo combinado se conjura en una ácida fermentación.
Salgo directo al parqueadero de motos, que está al frente de la cancha de tenis y de fútbol y llega hasta el bloque 19. El olor de estos últimos pasos dentro de la Universidad es sólo un presagio de lo que me espera.
Algunos que como yo salen y aquellos que apenas llegan encienden y apagan motores que inundan el aire con el nocivo gas, el gran dueño y señor de estas urbes civilizadas, el CO2.
Queda atrás la Universidad, pero me persigue el humo de las motos y recojo un poco más de los buses y carros que a esa hora pasan por la Avenida Ferrocarril.
Subo las escalas, atravieso el torniquete y espero en plataforma el metro que me llevará al centro. Cuando por fin llega, se abren las puertas del vagón y me recibe un aire caluroso por las respiraciones agitadas de la gente que transporta, y al mismo tiempo alcanzo a oler el aroma dulzón de esos perfumes populares entre las mujeres que huelen a flores, frutas tropicales y que deja a su paso una estela fragancia.
Estación tras estación, el vagón se va llenando de personas hasta incluso poder sentir el hedor de la transpiración que deja en evidencia el cansancio al término de una jornada.
Me bajo en la estación San Antonio, desciendo al ambiente caótico del centro, cruzo bolívar y palacé y me dispongo a esperar la ruta 111 de El Salvador.
Me abruma la intensidad de olores que percibo bajo las vías del metro, una revoltura de los ya antes captados durante el camino: amoniaco, frutas descompuestas, humo y cañerías.
Tomo el bus y tan sólo después de subir el primer peldaño descubro el fuerte olor del Baygón que esparcieron por todo el vehículo para acabar con las cucarachas.
Cansada física, pero, ahora también olfativamente, caigo en cuenta de que el viaje a casa es apestoso.
Tras pasar por la bahía del parque de San Antonio, los pasajeros abordan el bus hasta dejarlo repleto; cada uno trae consigo un poco de la pestilencia del centro de Medellín, y por las ventanas se suma el olor a chorizo, carne y otros manjares callejeros que ofrecen en los puestos de fritangas, estratégicamente ubicados para saciar el apetito de los hambrientos.
Pero mi infortunio llega al máximo, cuando al lado derecho se me sienta una mujer que lleva con ansias y culpa una torta maría luisa en las manos. Pasan pocos minutos antes de que ella tome trozos de la torta y se la lleve frenéticamente a su boca hasta acabarla dejando a mi alcanza el olor del arequipe, la mantequilla y el azúcar que se acabó de tragar. Y a mi lado izquierdo, otra mujer hacía peripecias para sostener en una mano un cono derretido de vainilla con pasas y con la otra su peso para no caerse.
En todo caso, ¿cómo describir el olor que percibo tras juntarse el insecticida con la vainilla y el arequipe? ¡No es precisamente una combinación ganadora!
Llegó por fin a mi parada. Al descender respiro profundo para tomar una buena cantidad de aire fresco, que al pasar por mi nariz es demasiado fresco para mi gusto, porque huele a árboles, hierba y tierra húmeda, y a un toque de boñiga. Nada fuera de lo común al vivir al lado del cerro La Asomadera.
A paso lento llego a mi casa, abro la puerta para recibir el alegre saludo de un animalote desesperado que salta hasta alcanzarme la cara. Por fin mi nariz encuentra refugio en los olores familiares de mi Conga (mi perra), la comida de casa, la fragancia de mis padres y de mi hermano y esos otros tantos olores que sólo un extraño podría detectar.