miércoles, 10 de diciembre de 2008

Medidas en contra del Calentamiento Global

Durante la Cumbre de la Tierra y la Conferencia sobre Medio Ambiente y Desarrollo de la ONU, en Río de Janeiro en 1992, se suscribió un pacto que entró en vigor desde 1994 y fue firmado por 186 países. Un punto central de este primer esfuerzo fue afrontar el tema de los recursos financieros para el impulso a la transferencia de tecnología de los países más ricos y desarrollados hacía los que sin riqueza les corresponde padecer aspectos directos del daño global.

Nuestro país convirtió este pacto en Ley desde 1995, pero sólo unos años más tarde se planteó la Política Nacional del Cambio Climático. Esta política busca mejorar las estimaciones de los posibles cambios de temperatura del aire, de la precipitación y de otras variables climatológicas en una escala precisa; estimar los impactos del cambio climático así como la vulnerabilidad de sistemas estratégicos para el país y que a su vez pueden ser altamente vulnerables ante el cambio climático y los efectos sobre las variables socioeconómicas asociadas a los mismos; y determinar las correspondientes medidas de adaptación y sus opciones en el marco legislativo y político nacional e internacional.

Pese a esto, algunos especialistas indican que el Gobierno Nacional se limita a describir como importantes las acciones derivadas del protocolo de Kyoto, que tienen que ver con la reducción de emisiones de gases invernadero, el desarrollo de mecanismos de desarrollo limpio y el establecimiento de proyectos de captura de carbono, pero desconoce la importancia de conservar ecosistemas forestales naturales como el manglar, los bosques secos y húmedos tropicales, identificar las áreas de mayor potencial de captura de carbono y tomar decisiones de ubicación de plantaciones y programas de reforestación.

Uno de ellos, Juan Felipe Blanco Libreros, profesor del Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia, considera que “mientras las políticas gubernamentales y los planes de acción de sus estructuras operativas remedan las adoptadas por los países industrializados, se observan pocos programas o líneas de investigación al interior de las universidades y centros de investigación, todo esto, en parte, porque se considera que no somos parte del problema sino más bien víctimas, cuando en realidad somos ambas cosas”.

¿Cómo contribuir en la disminución del calentamiento global?


El especialista Eufrasio Guzmán Mesa señala que “es indispensable que la educación y la cultura le permitan a los ciudadanos del mundo ampliar su conciencia, identificar las causas y emprender las adaptaciones que hagan viable su participación en procesos políticos, económicos y sociales para aminorar las consecuencias del cambio climático, y planear nuevos estilos de desarrollo”.

Así mismo, Germán Poveda Jaramillo considera que “es necesario cambiar los estilos de vida y las regulaciones. Los hábitos de millones de personas, en relación con el desperdicio de la energía y del agua, tienen un impacto fundamental en el cambio climático. También las políticas y regulaciones gubernamentales. La solución al problema pasa por la educación ambiental y por la presión social sobre los gobiernos para cortar las emisiones y cambiar los modelos de desarrollo sostenible”

En esa medida, continua Poveda, se debe “crear un modelo de desarrollo económico que sea compatible con el medio ambiente, con la naturaleza y con los procesos naturales, que no subsidie su propia destrucción a través del agotamiento de los recursos naturales”.

* La foto de Eufrasio Mesa fue tomada de http://www.lahoja.com.co/Contenido/Opinion/opinion_eufrasio.jpg
** La foto de Germán Poveda Jaramillo fue tomada de http://www.universia.net.co/images/stories/articulos_especiales/galeria_articulos/poveda_german_3.jpg

Calentamiento Global: una amenaza que todos debemos afrontar


Desde hace varios años las alarmas sobre el calentamiento global se han prendido por todo el mundo, y Colombia no es ajena a ella. Nuestro país, a pesar de no ser uno de los más contaminantes, también ha empezado a vivir los efectos de este fenómeno. Según el director del IDEAM Carlos Costa Posada “existen evidencias muy claras de los impactos del cambio climático sobre Colombia”[1].

Los expertos señalan que el origen del cambio climático está estrechamente vinculado a la acción humana. Indican, además, que “la industrialización de los dos últimos siglos; el incremento sin control en el uso de combustibles fósiles, la tala y quema de enormes cantidades de bosques; el modelo de la actividad agrícola y el carácter de la actividad productiva; el modelo de sociedad de consumo con la generación de toda clase de residuos sólidos, líquidos y gaseosos que se han incorporado a la atmósfera, a las cuencas hidrográficas, los mares y a grandes áreas de ‘depósito sanitarios’ en tierra, son las causas más visibles de esta transformación radical”
[2].

Nuestra situación

A pesar de que los expertos consideran que Colombia tan sólo contribuye con una pequeña parte de las emisiones mundiales y que las selvas húmedas del país han retenido o fijado en la tierra un gran volumen de dióxido de carbono, ya se han empezado a sentir los efectos.

Carlos Posada Acosta, señala entre ellos: las variaciones en la precipitación que en unas zonas se ha incrementado y en otras disminuido en un rango que oscila entre el -4 y el +6 % por década, el deshielo y extinción de los nevados, el aumento del nivel del mar y la proliferación de enfermedades, como el dengue y la malaria, en ambientes donde no existían.

Según el director del IDEAM, a raíz del cambio climático, nuestro país perdió durante el siglo XX ocho glaciares, que científicamente han sido considerados excelentes indicadores de este fenómeno por su rápida y fiel respuesta a las alteraciones de la atmósfera. Estos fueron Puracé (1940), Sotará (1948), Galeras (1948), Chiles (1950), Pan de Azúcar (1960), Quindío (1960), Cisne (1960) y Cumbal (1985). Además, los seis nevados actuales (Ruiz, Santa Isabel, Tolima, Huila, Sierra Nevada, El Cocuy y Sierra Nevada de Santa Marta) presentan un retroceso constante muy marcado en las últimas décadas. De hecho Colombia ha perdido, en los últimos 50 años, el 50% de su área glaciar.

Estas pérdidas se unen, según Eufrasio Guzmán Mesa, miembro del comité académico de Expouniversidad 2007: Cambio Climático. Ciencia y Conciencia, la creciente amenaza sobre los páramos y la vegetación de alta montaña, la destrucción de bosques de zonas medias y bajas para el incremento de la actividad agrícola y pecuaria y los cultivos con finalidad ilícita de narcotráfico, a los cuales se suman las acciones bélicas de minas antipersona, los bombardeos sistemáticos y el uso masivo de herbicidas.

Pero, aún hay más. Existen otros factores diferentes a la contaminación que pueden incrementar la vulnerabilidad del hombre frente al cambio climático. Germán Poveda Jaramillo, investigador de la Escuela de Geociencia y Medio Ambiente de la Universidad Nacional de Colombia con sede Medellín, explica que estos factores son: el rápido crecimiento de la población y de la urbanización, el deterioro ambiental y la poca capacidad de adaptación local. Esta última, dice, está directamente ligada con el desarrollo social y económico, pero no está distribuida de manera equitativa en los países y en las sociedades.

[1] Costa Posada, Carlos, Colombia es vulnerable al cambio climático. En: Revista Expouniversidad 2007, p. 26.
[2] Guzmán Mesa, Eufrasio, Guión Temático. En: Revista Expouniversidad 2007, p. 9.

Sabaneta, en vía de ser el nuevo Poblado del Sur del Valle de Aburrá

Cuando se va de visita al municipio de Sabaneta, para conocer la iglesia de la virgen María Auxiliadora, el Parque Simón Bolívar o ya recientemente el Centro Comercial Aves María y el Parque Trébol, no deja de asombrar el rápido desarrollo de este municipio. En la ladera del cerro donde está ubicada la reserva de la Romera, despuntan los siete grandes edificios del Parque Residencial Aves María y en un futuro próximo despuntaran otros 10 edificios más, ocho del Parque Residencial La Selva y otros dos del Parque Residencial Las Piedras.

Esta gran intervención inmobiliaria traerá al municipio más pequeño de Antioquia, con apenas 44.000 habitantes, un estimado de 16.000 más. Parece ser que el Grupo Monarca S.A., responsable de estas construcciones, busca convertir al Clavel Verde, como es llamado Sabaneta, en el nuevo Poblado del Sur del Valle de Aburrá. Tal vez el visitante o el habitante de esta población no encuentre problemas en semejante intervención, puesto que ha traído al municipio nuevas comodidades como contar con un Éxito y un centro comercial, además de aumentar las cifras de empleo. Sin embargo, se deberían preocupar por las consecuencias medioambientales que esto conlleva y que, por ejemplo, ahora son palpables con los acontecimientos que enlutaron el barrio El Poblado en Medellín cuando un alud de tierra cubrió varias viviendas de la urbanización Alto Verde.

Esto es un indicador de que las laderas deben ser pobladas con mucha planificación, sin dejar que los intereses particulares pasen por encima de la capacidad de un terreno para ser habitado. Eso fue lo que se demostró en Alto Verde.

A pesar de que el Grupo Monarca construye estos nuevos proyectos habitacionales a través de un Plan Parcial, llamado Caminos de la Romera, no se puede desconocer que la demanda inmobiliaria en el Sur sigue aumentando, y estos diez edificios que se planean construir pueden ser más.

Tal vez para Henry Madrid, presidente de esta empresa, “no es sostenible un modelo de ciudad construida muy lejos, porque los impactos de infraestructura y de vías son mucho mayores al que hacemos nosotros en la ladera”, pero hay que decir que tampoco es sostenible un modelo de ciudad en el que no se preserven espacios verdes como éste, muy cercano a una reserva natural que pronto será intervenida para construir el Parque La Gran Colombia.

Él mismo asegura que “nos preocupamos mucho por 4 árboles que intervienen este tipo de proyectos y no evitamos talar, por ejemplo, un millón de hectáreas de bosque al año que talamos en este país”, pero de lo que no se da cuenta Madrid, es que esos 4 árboles también sirven para disminuir las cifras de tala.

Además, como excusa para esta intervención dice que “si estos espacios se vuelven zonas simplemente de protección, en donde no hay presencia de proyectos, se vuelven violaderos y atracaderos”. Pero no se le debería olvidar que proyectos educativos y medio ambientales también son implementables en zonas de estas características y la solución para acabar con los “violaderos y atracaderos”, no es solamente construir viviendas que oscilan entre los 100 y 700 millones de pesos.

Más que esta excusa, el presidente del Grupo Monarca es muy claro cuando explica por qué no nos debemos preocupar por 4 árboles que se talen con estos proyectos, ya que para él “el desarrollo se debe es al ser humano, a la calidad de vida del ser humano, a que tenga los equipamientos adecuados, a que tenga educación, salud, vivienda y recreación”.

Por esto mismo, un lugar verde como el intervenido, del cual gozaban los habitantes y visitantes del municipio es, más que un espacio apto para la conservación de la naturaleza, un espacio para el aprovechamiento humano. Es más, para el aprovechamiento económico.

Puede ser prematuro decir que si las cosas siguen como van, la ladera de Sabaneta terminará convertida en un tumulto de edificios, con uno que otro árbol, como en El Poblado. Pero es probable que una mentalidad como la anterior, que abiertamente expresa que las personas que creen que todo lo verde se está volviendo concreto deberían erradicar ese pensamiento, sea muy parecida a las que por el lucro económico sobrepoblaron El Poblado, y no dieron mayor explicación por los hechos que hace ya más de quince días enlutaron a varias familias cuando la tierra no resistió más.

martes, 9 de diciembre de 2008

Un Trabajo de Grado destacable

“Relación Hombre – Agua en Santa Cruz del Islote” es el nombre del documental presentado como trabajo de grado en 2007 por Jorge Arango y Juan David Martínez, estudiantes de periodismo de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia. En 34 minutos registran las difíciles situaciones que tienen que atravesar los habitantes de esta comunidad para conseguir el líquido fundamental para la vida: el agua.

Esta isla, la más pequeña del mundo según se dice en el documental, con una hectárea apenas de extensión, no tiene una fuente permanente de agua potable, lo cual impone a sus habitantes un estilo de vida particular. Deben desplazarse hasta otras islas cercanas para conseguir el líquido que usan para lavar ropa y atender las necesidades de aseo fundamentales, deben incluso pagar por el agua que les es traída en una embarcación o esperar ávidos la temporada de lluvias para abastecerse.

Se destaca en el trabajo de estos periodistas el interés por mostrar cómo los habitantes del islote desarrollan sus actividades cotidianas en estas condiciones. Por medio de breves bloques de imágenes muestran a los personajes en acción. Esto, además de alimentar la parte audiovisual, interesa al televidente y puede reforzar la información que la voz en off ofrece.

En cuanto a este aspecto, cabe señalar que la voz en off se convierte en una debilidad del documental, ya que no favorece el ritmo y el tono de lectura tan lento y pausado que podría haber sido aprovechado para reforzar esas imágenes de tensa calma que se mostraron de este lugar sin agua. Más que desesperación por la carencia, trasmite desesperanza y pasividad. Si bien esta pudo ser la intensión del narrador, no se logra satisfactoriamente ya que también le reduce velocidad y agilidad a la historia.

Pese a esta debilidad, se hace evidente el trabajo de reportería que tuvieron que hacer los periodistas y lo bien pensadas que fueron las imágenes. El trabajo de preproducción, producción y edición merece ser destacado, ya que a diferencia de trabajos en este mismo formato, presentados por otros estudiantes, en este se logra ver el tiempo que se tomaron los realizadores para lograr un excelente producto para un trabajo de grado.

miércoles, 8 de octubre de 2008

En la U…Amistades anónimas

El que a diario visita la Universidad de Antioquia, como estudiante, docente, empleado o visitante, ve en sus instalaciones animales jugando, corriendo o dormidos; en sus árboles se pueden observar las peripecias de micos, ardillas y pájaros, mientras en el suelo, los perros y los gatos se roban el show.

Se ven tan apropiados de este espacio, que muchas veces se hace invisible su presencia. Sin embargo, otros, convierten a estos animales en seres tan importantes en sus vidas que surge entre ellos una relación recíproca de dar y recibir.

Esos otros, que prefieren estar en el anonimato, se encargan de darles alimento, baño y su afecto. Una caricia diaria hace que el animal, día a día, sagradamente, regrese por más. Ellos los aceptan y les dan el calor de hogar en la Universidad.

Negra un día, hace ya varios años, recibió de una mano amiga un poco de leche y los restos de un almuerzo. Sus ojos negros se iluminaron cuando al día siguiente ocurrió lo mismo, y después, las sobras se convirtieron en alimento para perros. Ante este gesto de generosidad, Negra, sin falta, se echa en la puerta de la oficina de su bienhechor, para esperar su salida por una caricia.

De esta forma, más que un dueño, Negra consiguió una amiga en cuyos ojos se refleja la nobleza y la ternura, muy parecidos, casualmente, a los de este animalito dócil y agradecido.

Varias historias semejantes deben existir en la Universidad. La de Limón, por ejemplo, se desarrolla en la portería del Metro. De color marrón y siempre dormido, dan la impresión de ser un perro tranquilo, y así es, hasta que la presencia de un perro ajeno a la U, le roba el sueño.

Como líder de un escuadrón de perros, evita a toda costa que este extraño encuentre refugio en su territorio. Y debe ser por eso mismo, que a los pies de los vigilantes encuentra un lugar amigable para dormitar y a la vez montar guardia para impedir el acceso a intrusos.

Llevada por el corazón y la empatía, otra persona le dio acogida a los gatos, que llegan solos o son botados en los predios de la U. Sólo en el 2008, se han registrado 35 casos de abandono. El gusto por ellos la llevó a cuidarlos y protegerlos; algunas veces, hasta adoptarlos. Y con mucho esfuerzo, a través de la Corporación Corproas, creada por miembros de la Universidad, se intenta sostener bien a los que han llegado.

Estas personas llevan a cabo su labor, prácticamente imperceptible para los que habitan la Universidad, excepto para los animales, por la satisfacción de brindar una ayuda a los animales sin hogar. Sus nombres, sin revelar, y sus pocas palabras dan ejemplo de su obrar desinteresado, que va más allá de la búsqueda de reconocimiento.

Una ruta pestilente

Crónica con un sentido

Termina mi jornada de estudio en la Universidad de Antioquia. Son las 6 de la tarde y camino a casa, desde el bloque 12 hasta la puerta de mi hogar empiezo a percibir los aromas de un día que se extingue.

El regreso inicia en el pasillo del bloque 12, justo en la intersección donde están las mesas de estudio, el teléfono y los baños. Allí, puedo oler el humo del cigarrillo encendido que moleta la garganta y los ojos del no fumador, el suave aroma del café negro que lo acompaña y el desagradable amoniaco directo de los baños que asquea.

Tras pasar el bloque 11 con dirección a la portería del metro, una bocanada de aire puedo respirar por la colaboración de los árboles ubicados en este sector que, además, me servirá para recorrer el trayecto por la polvorienta plazuela central. En esta aún se puede oler el cemento fresco de las placas cuadradas que la empiezan a cubrir y la fusión entre el agua y la arena me recuerdan ese denso olor que se siente cuando la lluvia cae.

Después de atravesarla, tal vez mi nariz se tapó por las partículas de polvo que he recogido durante el día y este último trayecto, porque el bloque 16 no me huele a nada.

Sin embargo, llego a la zona de comidas ubicada entre los bloques 20 y 21, y mi nariz reacciona ante un espectáculo de olores que trae a mi memoria aquella ponchera vieja que usé en la escuela, en la que cada alimento que consumí dejó impregnado su sello. Por este lugar huele a papitas fritas, jugo de guayaba, banano, naranja y todo combinado se conjura en una ácida fermentación.

Salgo directo al parqueadero de motos, que está al frente de la cancha de tenis y de fútbol y llega hasta el bloque 19. El olor de estos últimos pasos dentro de la Universidad es sólo un presagio de lo que me espera.

Algunos que como yo salen y aquellos que apenas llegan encienden y apagan motores que inundan el aire con el nocivo gas, el gran dueño y señor de estas urbes civilizadas, el CO2.

Queda atrás la Universidad, pero me persigue el humo de las motos y recojo un poco más de los buses y carros que a esa hora pasan por la Avenida Ferrocarril.

Subo las escalas, atravieso el torniquete y espero en plataforma el metro que me llevará al centro. Cuando por fin llega, se abren las puertas del vagón y me recibe un aire caluroso por las respiraciones agitadas de la gente que transporta, y al mismo tiempo alcanzo a oler el aroma dulzón de esos perfumes populares entre las mujeres que huelen a flores, frutas tropicales y que deja a su paso una estela fragancia.

Estación tras estación, el vagón se va llenando de personas hasta incluso poder sentir el hedor de la transpiración que deja en evidencia el cansancio al término de una jornada.

Me bajo en la estación San Antonio, desciendo al ambiente caótico del centro, cruzo bolívar y palacé y me dispongo a esperar la ruta 111 de El Salvador.
Me abruma la intensidad de olores que percibo bajo las vías del metro, una revoltura de los ya antes captados durante el camino: amoniaco, frutas descompuestas, humo y cañerías.

Tomo el bus y tan sólo después de subir el primer peldaño descubro el fuerte olor del Baygón que esparcieron por todo el vehículo para acabar con las cucarachas.

Cansada física, pero, ahora también olfativamente, caigo en cuenta de que el viaje a casa es apestoso.

Tras pasar por la bahía del parque de San Antonio, los pasajeros abordan el bus hasta dejarlo repleto; cada uno trae consigo un poco de la pestilencia del centro de Medellín, y por las ventanas se suma el olor a chorizo, carne y otros manjares callejeros que ofrecen en los puestos de fritangas, estratégicamente ubicados para saciar el apetito de los hambrientos.

Pero mi infortunio llega al máximo, cuando al lado derecho se me sienta una mujer que lleva con ansias y culpa una torta maría luisa en las manos. Pasan pocos minutos antes de que ella tome trozos de la torta y se la lleve frenéticamente a su boca hasta acabarla dejando a mi alcanza el olor del arequipe, la mantequilla y el azúcar que se acabó de tragar. Y a mi lado izquierdo, otra mujer hacía peripecias para sostener en una mano un cono derretido de vainilla con pasas y con la otra su peso para no caerse.

En todo caso, ¿cómo describir el olor que percibo tras juntarse el insecticida con la vainilla y el arequipe? ¡No es precisamente una combinación ganadora!

Llegó por fin a mi parada. Al descender respiro profundo para tomar una buena cantidad de aire fresco, que al pasar por mi nariz es demasiado fresco para mi gusto, porque huele a árboles, hierba y tierra húmeda, y a un toque de boñiga. Nada fuera de lo común al vivir al lado del cerro La Asomadera.

A paso lento llego a mi casa, abro la puerta para recibir el alegre saludo de un animalote desesperado que salta hasta alcanzarme la cara. Por fin mi nariz encuentra refugio en los olores familiares de mi Conga (mi perra), la comida de casa, la fragancia de mis padres y de mi hermano y esos otros tantos olores que sólo un extraño podría detectar.